Era una tarde espléndida de
verano. Las islas de Caroline se encontraban tranquilas y silenciosas, mientras
que las olas chocaban en la arena negra de la playa. Los tripulantes de los
tres barcos que no habían desertado, estaban contentos de haber encontrado una
isla dónde podían finalmente descansar.
Habían navegado durante tres
meses sin parar, y más de veinte hombres