lunes, 20 de mayo de 2019

Oro


A punto estaban de cumplirse dos años de la marcha de Fernando de Magallanes y su tripulación. Antonia Castillo era la madre de un marinero que formaba parte de la expedición. Él se llamaba Santiago: Un joven grumete que recién había cumplido los dieciocho cuando tomó la decisión de hacerse grande y embarcarse a la aventura prácticamente a ciegas. Era muy tímido; pelirrojo, como su padre y tenía la cara
plagada de infantiles pecas. De hecho, parecía un niño. Y no solo físicamente, sino que lo era también por dentro. Hasta el punto en el que dormía abrazado al saco de paja que le servía de almohada. Para su madre, era demasiado joven como para salir a jugarse la vida de esa manera. Él no tenía la madurez suficiente como para evaluar los riesgos de embarcarse en una misión como esa. Se lo tomaba como un juego. Semanas antes de la partida, su madre le advertía constantemente del peligro al que se exponía, pero, ante la idea de hacerse grande y ser el nuevo gran marinero de la época, decidió embarcar.
  Contando esto a gritos se encontraba doña Antonia, frente a uno de los oficiales que intentaba mantener el orden ante la muchedumbre provocada por el regreso de los marineros. Se sentía como si le estuviese hablando a una pared, ya que el policía no daba abasto. La plaza de la ciudad estaba abarrotada de gente, hasta el punto de que Antonia casi no oía su propia voz. No lograba ver entre la multitud y estaba recibiendo golpes a diestro y siniestro.
  Era el día 6 de septiembre del año 1522 y, para Antonia, los once meses y medio que habían pasado desde la partida de las cinco naves elegidas para dar la vuelta al mundo, habían sido los más largos de todos sus 67 años. Once meses y medio de pasar por el puerto, con la excusa de tener que comprar pescado solo para ver si había noticias de los marineros. Once meses y medio de poner la mesa para dos personas y cocinar de sobra instintivamente. Once meses en los que llegaba la noche y, al escuchar el reloj de las doce, irse a dormir sintiendo que no había hecho nada: que había perdido el tiempo. Once meses y medio había esperado para que se materializase el peor de sus miedos. Al policía que se encontraba frente a Antonia le es entregada una hoja con dieciocho nombres los cuales no alcanza a leer ya que, desesperadamente, Antonia se la arranca de las manos. Acto seguido, al confirmar su terrible sospecha, la deja caer…

 Su hijo Santiago no estaba entre los dieciocho afortunados que habían logrado completar la expedición. Había desperdiciado el tiempo de vida que le quedaba por delante. El muy ingenuo quiso apoderarse de riquezas y hacerse famoso, pero, en vez de eso, perdió muchos años de vida. Perdió su tiempo: lo que muchos consideran como la mayor riqueza.

Miguel Hernández Ferrer 4ºESO A

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