Me desperté el 27 de
Noviembre de 1520.
Estaba en mi camarote cuando me despertó el almirante Holister.
-Capitán, estamos acercándonos a la Nao Victoria, llevan una
velocidad de 15 nudos.
-Muy bien. Prepárense para una maniobra de espionaje.
Y así fue como los tripulantes de la Aurora se dispusieron a
esperar para saber qué hacían los tripulantes de la nao Victoria.
Amanecía el
día 27 de Noviembre de 1520 en la nao Victoria, cuando
Elcano salió a cubierta. Era un día normal según Elcano, pero lo que no sabían
los tripulantes era que ese mismo día llegarían a Polinesia. Y podrían parar
para descansar en tierra durante una serie de días.
Navegaban ya en un mar tranquilo como un espejo durante unos
cuantos meses. Todo los tripulantes empezaban ya a dar señales de violencia y
de cansancio, cuando de repente un marinero gritó desde el cestillo de
vigilancia.
-¡Tierra a la vista !
En ese momento la tripulación armó un alboroto tal que hasta el
barco se tambaleó. Hasta yo me asusté , pero no por mucho tiempo. En ese
momento ellos también vi la isla que se les mostraba al frente.
Se les acercaba por el frente una isla más pequeña que grande pero
que por lo menos era una isla. Se acercaron lo máximo que pudieron con las
naos, pero como era de esperar fondearon las naves a una distancia segura y
salieron en los botes en dirección a la isla.
Una vez en ella, Elcano dió orden de montar un campamento en la
playa desde donde se pudiera vigilar las naos.
Dos tripulantes fueron destinados a la recolección de comida y
otros el de buscar agua. Tuvieron mucha suerte ya que la isla era rica en
frutos y justa pasaba un pequeño río. Pero nadie vió ni un único animal.
Un tiempo más tarde vi como volvían los marineros de la
recolección. Sus caras habían cambiado completamente. Ahora tenían unas
sonrisas que demostraban lo felices que estaban de poder descansar, de no
levantarse por la mañana y tener esa presión del día a día.
Las horas pasaron y los marineros se habían reunido en corro
delante de sus improvisadas tiendas. Se oía un murmullo de felicidad. Podría
hasta decirse que estaban a gusto, pero en el fondo sabía que eso no era cierto
porque estaban muy lejos de sus casas, de sus familiares y sobre todo estaban
completamente aislados del mundo y no sabían qué pasaba en sus tierras. Quizás
haya muerto ya un ser querido, pero al no saberlo, tampoco sufrían por ello. El
caso es que se presentaba un aspecto mucho mejor al que había en el barco.
Me fui a mi camarote, en la Aurora, y esa noche pensé en mi propia
vida, pensé que yo también estaba lejos de casa, que de hecho ni tenía ya que
la mayoría de las personas de mi generación no tuvieron el lujo de nacer en un
planeta. Pero eso no importaba, por lo menos podía mantener una
comunicación “instantánea” con cualquier otra nave. Me dormí. De hecho, esa
noche no soñé con nada.
Me desperté con un ruido súbito que primero pensé que era de mi
propia nave hasta que llegué las puesto de mando y me di cuenta que eran los
marineros. Se les acababa de explotar un barril de pólvora aparentemente desde
mi nave sin querer y habían aprovechado esa ocasión para recoger lo que quedaba
del campamento y regresar a la nao.
Tardaron impresionantemente poco en recoger lo que habían traído.
Ahora, sus caras habían cambiado, el día anterior se les había visto contentos
entretenidos pero ahora estaba tristes.
El barco como era de esperar estaba como lo habían dejado por lo
que cada marinero se fue a su puesto y dos horas más tarde empezaban las
maniobras de desamarre. Me sorprendía la agilidad de esos hombres en una
situación tan compleja como eran los desamarres, cosa que en mi nave era
simplemente marcar una ruta y darle a un botón. Pero ellos corrían de un lado a
otro, daban voces, se caían por la fuerza de las cuerdas y se volvían a levantar.
Tres horas más tarde el barco estaba navegando en su debido rumbo
y velocidad. Nosotros los seguíamos silenciosos y pacientes.
El agua estaba tranquila como un espejo cuando nos llamaron de la
estación base para decirnos que debíamos ir hasta la época del neolítico para
saber más de ellos. Me costó mucho dejar a estos pobres hombres solos, a merced
del mar en una misión casi sin retorno.
Indiqué a mi piloto que nos llevase al neolítico y fue cuestión de
dos segundos y ya estábamos fuera de la atmósfera y regresando atrás en el
tiempo.
Antonio Cinca Festas 4ºA
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