La primera vez que Magallanes me
habló de su idea me pareció un
disparate,sin embargo, al continuar describiendo su plan, me fue creciendo una
enorme voluntad de poder pertenecer a una de las expediciones que probablemente
sería narrada en los libros de historia cinco centenarios de años después.
Ya había conocido a Magallanes en
Vila Nova de Gaia,su ciudad natal, en la boda de un conocido noble portuense.
Desde ese momento empezamos a llevarnos bien y a descubrir opiniones semejantes
en relación a la política y a la
geografía mundial. A partir de ahí nos encontramos en diferentes situaciones
y
en todas ellas hablamos durante bastante tiempo.Yo me encontraba a gusto
escuchando a un miembro de la Armada de India y a él le interesaba mi comercio.
Transcurría el mes de agosto
cuando me dirigí a Sevilla para el inicio de la expedición. Todavía en ese
momento no estaba confiante en partir. Dejar atrás una patria, una mujer sin
casar, hijos sin comer… no es tarea fácil. Sin embargo, como soy un hombre a
quien le gusta cumplir su palabra, el 10
de agosto de 1519 la expedición histórica zarpó desde el muelle de las Mulas
conmigo en bordo.
“Trinidad”, nunca me olvidaré de
ese nombre, el nombre de la nave en que estuve. Mi función dentro de la
expedición era la de cartografiar las tierras por las que pasabamos . Un
trabajo extremadamente difícil, tierras sin huellas, que nadie había visto en
milenios de historia, pasaban delante de mis ojos primero que nadie.
Al contrario que muchos
marineros, tuve la suerte de nunca haber tenido hambre durante aquellos meses
de expedición. La razón de mi alimentación era la amistad que tenía con
Magallanes. Magallanes tenía derecho a comer la cantidad que quería y lo que
sobraba era mi almuerzo, cena, desayuno.
Durante el viaje conocí la selva
de las Filipinas, la belleza de la Tierra del Fuego, la inmensidad infinita del
océano Pacífico.. Pero también conocí la muerte de un amigo, el hambre en el
estómago, la falta de un familiar, la falta de amor. En conclusión, durante
estos meses conocí lo mejor de la vida humana y de la naturaleza, como las
flaquezas de un hombre, la crueldad de los humanos.
El 6 de septiembre de 1922
llegamos a España. Una mezcla de emociones me llegó a la cabeza. Por un lado,
la alegría de volver a ver a mis amigos y familiares, la emoción de haber sido
protagonista de una de las navegaciones más destacadas de la historia mundial,
pero, el sufrimiento de aquellos meses todavía me cuesta hablar: el hambre que
tuvimos que pasar, los ataques de los indígenas, los conflictos dentro de la
tripulación, la muerte de amigos prójimos…. ¿Para qué sirvió? Para un aplauso,
para un globo ofrecido por el emperador Carlos I…
Sin duda me arrepiento de haber
zarpado aquel cálido día de agosto para una aventura sin sentido, mis hijos
todavía me echan la culpa, mi mujer ya no siente lo que sentía ¿Y yo? Yo ya no
soy el mismo...
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