martes, 26 de febrero de 2019


Reflexiones Post-viaje

El 27 de abril de 1521, Fernando de Magallanes se despertó sin saber que ese sería su último día en la Tierra. Aún me acuerdo lo serio que se encontraba ese día, ya que estaba preocupado con lo conflictivo que estaba el rey de Mactán comparado con los del resto de los reinos que se les habían entregado a cambio de la ayuda de La Corona de Castilla.


En torno a las once de la mañana, empezó a planear una estrategia en el caso de que tuviera que enfrentarse al ejército del rey de Mactán. Magallanes era un buen estratega, pero sabía que esta batalla sería difícil, ya que estaban
en clara desventaja frente a los indígenas, ya que muchos de los hombres habían desertado o muerto, sin contar con el hecho de que eran tan solo 257 en el momento de partida. Nuestra probabilidad de succeso no se veía incrementada por el hecho de que contábamos con el apoyo del rajá Humabón de Cebú y el datu Zula, ya que estos no aportaban soldados para luchar.

La noche anterior habíamos estado hablando y estableciendo relaciones con los nobles de la isla de Cebú, de los cuales había venido el hijo del datu Zula. Este nos ofreció dos cabras y nos pasó el mensaje de que nos daría el resto cuando pudiera, ya que se había visto impedido de hacerlo por el jefe orden indígena Lapu-Lapu, quién se resistía a obedecer a la corona de Castilla, y estaba situado en la isla vecina de Mactán.
Fue a la media noche del día anterior que junto con el rajá, el príncipe y otros jefes, sesenta de nuestros hombres armados (entre los cuales me encontraba) partimos para ir a negociar a la isla de Mactán, donde llegamos tres horas antes del amanecer. Una vez ahí, ofrecimos a Lapu-Lapu un tratado en el que si aceptaba al rey Cristiano (el rajá, quién había sido bautizado y convertido al cristianismo) como su soberano, obedecían al rey de Castilla y nos pagaban nuestro tributo, seríamos amigos. También se hizo entender que sin no siguieran tales instrucciones, les esperaba ver como nuestras lanzas herían.  El comandante Lapu-Lapu, indignado, respondió que si nosotros teníamos lanzas, ellos tenían lanzas de bambú.

A las once y media de la mañana del 27 de Abril de 1521, Magallanes decidió salir a luchar a la isla de Mactán con otros cuarenta y ocho hombres, entre los cuales me encontraba yo. El resto se quedaron cuidando los barcos. Nos bajamos  de los barcos y caminamos por bastante tiempo con agua hasta la cintura, hasta que llegamos a la costa, donde no habíamos simplemente desembarcado debido a la poca profundidad y fondo rocoso de las aguas que rodeaban la costa. Esta caminata nos dejó já bastante exhaustos, lo que nos vendría a perjudicar más tarde en combate. Cuando alcanzamos la costa, nos dimos cuenta de la tremenda desventaja en la que nos encontrábamos. Éramos 49 soldados exhaustos cargando las armas que conseguíamos traer en nuestras manos contra el ejército de 1500 soldados de Lapu-Lapu, quiénes cargaron contra nosotros así que nos vieron. Algunos marineros intentaron disparar flechas desde lejos, pero no tuvo efecto. Decidimos quemar casas en el pueblo de Bulaia para asustarlos, lo que les enfureció tremendamente, ya que procedieron a hacer llover flechas sobre nosotros, lo que no tuvo mucho efecto gracias a nuestras armaduras.
En el momento en que nos encontrábamos en el pueblo, todos los indígenas empezaron a intentar atacar a Magallanes, lo que terminó en su muerte. Esto es algo frustrante, ya que si hubiéramos evacuado a tiempo, todos se hubieran salvado, incluso Magallanes.

En verdad, Magallanes se terminó salvando, ya que cuando nos retirábamos de la batalla nos encontramos a dos extraños sujetos que poseían una carreta metálica que se movimentava mediante cuatro ruedas. Estos nos dijeron que poseían la habilidad de viajar en el tiempo, así que, por más descabezada que nos pareciera la idea, no teníamos nada que perder, por lo que embarcamos en su nave. Fué alucinante la velocidad que alcanzamos, y, tal y como prometido, volvimos al inicio de la batalla, donde convencimos al capitán Magallanes a retirarse hasta tener condiciones para enfrentarse a tal ejército.

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