martes, 26 de febrero de 2019

Océano de melancolía


Todavía no era yo mucho más que un polluelo, con mi plumaje marrón, cuando perdí de vista a mi familia. Hacía mal tiempo en ese lado de la costa, por lo que decidimos trasladarnos temporalmente a tierra. El caso es que esta tormenta en cuestión resultó coincidir justo cuando aún no dominaba del todo las artes del vuelo, por lo que las fuertes ráfagas de aire me empujaron hacia una dirección totalmente distinta a la que tomaba el resto del grupo. Pasó todo tan rápido que
apenas tuve tiempo de graznar con todas mis fuerzas para avisar a mis padres sin que fuera demasiado tarde, pero antes de que pudiera darme cuenta de lo que ocurría, el viento me arrojó contra una gran construcción y caí en la arena. Fue en ese momento que conocí a mi mejor amigo y compañero el Humano.
           Agonizando y con los huesos hechos polvo, soltaba vagos graznidos de socorro todavía con la ingenua esperanza de que mi familia se diese cuenta de mi ausencia y viniera a ayudarme. Pero quien se acercó a mí era quien menos deseaba en aquel momento. Los humanos siempre me parecieron extrañas criaturas las que no se debe confiar, ingeniosos e imponentes, muchísimo más grandes vistos de cerca. Aterrado y con el corazón a mil, pensé que si no escapaba de allí me comería o mataría por invadir su territorio, aunque viendo mi situación, no tenía nada que perder. Me hice un favor a mi mismo y simplemente acepté la suerte que me había tocado. Cerré los ojos, no sentía el cuerpo, permanecí inmóvil… Para mi sorpresa, el Humano se limitó a elevarme con mucha delicadeza y a observarme mientras trataba de comunicarse conmigo. «Pobre desgraciado...». Miro abajo y veo la mancha de sangre de mis heridas que había dejado en la arena. El Humano me llevó hasta su refugio artificial, al que llama “casa”, y me dejó sobre algo cómodo, cerca de un fuego en una jaula de piedra. Seguía sin saber qué estaba pasando ni qué pasaría en un futuro. Inmediatamente después, el Humano vuelve con unos trozos de tela, pequeños palitos de madera y una botellita de un líquido que picaba mucho en las heridas. Despues de fabricarme unos apoyos alrededor de mis extremidades rotas, me proporcionó comida y agua. Me dormí…
         Cuando estaba suficientemente recuperado, meses más tarde, el Humano me puso fuera de su casa esperando a que me fuera y volviera con mi familia. No me moví, él era mi familia ahora. Después de todo lo que hizo por mí, haberme prestado abrigo, haberme hecho olvidar el dolor y haberme salvado la vida, no podía irme sin más. Además de no conocer otro modo de vida, también quería ayudarle de alguna manera, se lo debía. Esperó un poco más hasta que por fin cedió y volví a casa subido en su hombro.
            Nos volvimos inseparables. No soporto perderlo de vista, por lo que siempre que tiene que salir por algún motivo, lo sigo desde la distancia sobrevolando los edificios de la ciudad en vez de quedarme en casa como se supone que debería hacer, pero me da miedo que le pase algo en mi ausencia. Los otros humanos no saben de nuestra amistad y creo que es mejor que se mantenga así… Sé que ellos pueden llegar a ser muy imprevisibles.
            Pasaron los años y hoy el Humano llega un poco raro a casa. Está recogiendo sus cosas más preciadas en lugares escondidos. Reúne la comida que sobra y sale de casa. Yo, curioso, salgo por el tragaluz y me doy cuenta de que está dejando nuestra comida en una gran embarcación. Me poso sobre su cabeza en señal de desconfianza y recelo, pero creo que no se supone que debería haberme acercado por cómo reacciona. «¿Qué haces aquí? Vuelve a casa, por favor». Me bajo de él. «Estaré ausente por un tiempo, dejaré una ventana abierta por si se termina lo que te dejé en la cocina». Aunque no haya entendido lo que ha dicho, supongo que no es nada de mi agrado. «Ojalá pudiera llevarte conmigo… Pero es una gran oportunidad para mí… Igualmente, solo soy un “novato” para ellos y más, extranjero. Si me presento contigo, además de tacharme de loco, capaz de que me reduzcan aún más la ración de comida». Me dedica una mirada que jamás había visto en su rostro, lo que me da aún más razones para permanecer a su lado. «Quizá te apedreen tratando de ahuyentarte… En fin...». Con todo esto, tengo claro que tendré que mantener la distancia fuera de casa.
            Mañana del día siguiente. El Humano no está en casa, entro en pánico y salgo lo más rápido que puedo de casa. Lo primero que veo son las cinco naos de ayer dirigiéndose al mar y reconozco la que el Humano había entrado a almacenar nuestra comida. Me dirijo a ella sin llamar la atención, mezclándome con las otras gaviotas que hay sobrevolando la ciudad. Ahí está, entrando y saliendo de la bodega del barco asegurándose del correcto funcionamiento del barco. Veo como tira de las cuerdas de las velas y cómo de vez en cuando es reprendido por otros humanos con trajes distintos y más llamativos que el suyo. Honestamente, nunca he visto a tantos humanos juntos en tan poco espacio. Ya nos hemos alejado un poco de la costa, igualmente, no se a donde estos humanos se dirigen y espero que este viaje no sea demasiado largo, ya que no tengo donde descansar sin jugarme a ser visto. Pero quizá si tomo las corrientes de aire correctamente, podré aguantar más.
              Llevo ya bastante tiempo en el aire, me duelen las alas, tengo que parar. Al acercarme un poco del barco, me fijo en unos salientes que existen en la popa. No se que son, pero no hay tiempo para pensar, estoy exhausto. Eso sí, ojalá no me haya visto nadie, ni el Humano siquiera. No sé qué esperar de todo esto, escucho los ruidos indescifrables de los humanos mientras miro al atardecer pensando: ¿Será que el Humano me echa de menos? Estaría mintiendo si dijera que no tengo miedo, nunca estuve en otro sitio más allá de la ciudad de “Sevilla”. Pero me fio del Humano, si él está aquí, será porque nada malo pasará, ¿Verdad? ¿Para qué arriesgar tu vida si motivo?
              Hasta ahora, todo va de fábula. Con esta primera parada, además de aprender que existen más tierras más allá de aquella en que vivía, los humanos consiguieron más recursos para asegurar la supervivencia de todos.
              Ya son 5 meses que llevamos de viaje, hace frío y estoy empezando a perder la esperanza y a desconfiar más de esta gente. Un grupo amplio de marineros decide rebelarse contra el líder por ser “diferente” a ellos, aunque a mi se me hacen todos iguales. «Extranjero». Con toda esta revuelta, se perdieron algunos humanos y uno de los grandes barcos ¿Por qué se hacen esto a ellos mismos?
               Siguen pasando los días y los humanos ya se las han apañado para perder otra nao y sumado al hecho de que llevamos meses sin ver tierra, la desesperación entre ellos aumenta. De vez en cuando salgo de mi hueco para revisar al Humano, el cual me parece algo más delgado de lo normal. Es mi momento de actuar, hoy me dedicaré exclusivamente a pescar para el Humano. Bueno, quizás también ayude a los demás humanos y dejen de ser tan agresivos entre ellos si hay para todos. Dejaré el pescado en las naos por la noche. Los humanos se ven muy enfermos y eso conlleva a más pérdidas. Esto no es en absoluto como me pensaba que esta historia se desarrollaría.
                Nada más llegar a “Filipinas”, algo me daba mala espina. Las cosas empiezan tranquilas, son bien recibidos por los otros humanos y se ven más animados que nunca. Unas paradas más tarde, se meten en otro conflicto. El Líder se ve acorralado por los habitantes coléricos, que cuentan con unos largos artilugios puntiagudos, que hicieron que ese fuera su último suspiro. Con todo esto, sabía que el Humano también estaba metido en problemas. Estaba a punto de tener el mismo destino que el Líder, por lo que rápidamente me abalancé sobre el atacante y le picotee fuertemente la cabeza. «¡Tú!... Espera, el pescado, la fruta, esos sucesos inexplicables...¿fuiste tú todo este rato?».
           Es muy agradable volver a sentir lo que es un abrazo.


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