Hoy, 10
de agosto de 1519, me desperté con los fuertes latidos de mi corazón. Hoy es el
día en el que el amor de mi vida me abandonará por la cruel mujer que son las
olas del mar. Fue seducido por su dulce sabor, su color misterioso y su espontaneidad
que le hace correr la adrenalina por las venas.
Dirigí mi mirada al reloj de
madera que tenía Fernando enfrente de su cama, vaya, son solo las 5:00. Mi
amado duerme profundamente a mi lado, sus labios ligeramente separados mientras
respira suavemente. Probablemente soñando sobre las aventuras que tendrá en su
expedición descubriendo el mundo, mientras que yo solo pienso en los peligros
ocultos en la espuma del océano oscuro.
Para rebajar mi ansiedad, salí a las calurosas calles de Sevilla. Era apenas el amanecer pero
brisas cálidas soplaban por mis ropas. Fernando, Magallanes lo llaman los no
tan íntimos, saldrá en su expedición dentro de unas horas. Desde que lo conocí
me habla de cuánto le gustaría viajar por todo el mundo,
conocer todas las culturas, las montañas, los mares que pueda.
Nos conocimos en una tienda de cartografía en la que yo trabajaba los veranos. Al
principio me parecía muy torpe, tropezaba con sus palabras y no conseguía
mantener conmigo la mirada sin sonrojarse. Sus ojos brillaban siempre que
entraba en la tienda, era como ver a un niño en una tienda de dulces.
Yo siempre supe que nunca seríamos como otras parejas, nuestras citas consistían
en bajar de ventanas por la noche, intentando no despertar a los vecinos,
salíamos al establo de su padre, escogíamos el caballo más veloz y trotábamos
por la orilla del mar. Éramos nosotros contra el mundo y nunca me había sentido
más feliz que en esos momentos.
Poco a poco empezábamos a vernos cada vez menos, yo me consolaba pensando que no nos
encontrábamos porque estaba ocupado con su trabajo, o que ya no me escribía
porque su madre le quitó la pluma como castigo por no haber limpiado bien sus
aposentos, -hmmm- él nunca fue la persona más organizada. Hasta que un día me
fui a pasear al mercado. Ví a Fernando y a mi prima María Caldera Beatriz
Barbosa besándose. Ví sus manos entrelazadas y en los dedos finos y largos de
mi prima se presenciaba un anillo precioso . El beso debe de haber durado menos
de dos segundos pero a mí me pareció una eternidad, al acabar los ojos de
Fernando se juntaron con los míos y fue en ese momento en que sentí una lágrima
solitaria caer por mi mejilla. Fernando se despidió de María y vino tranquilo
caminando hacia mí. No le quería ver, no le quería escuchar pero sentí que mis
piernas pesaban cinco toneladas cada una y no me pude mover, permanecí allí
como una estatua mientras veía mi mundo caer. Fernando me explicó que su boda
sería algo bueno para nosotros, me explicó que ,como se casaría con mi prima,
nadie sospecharía de nosotros, que podríamos pasar el tiempo que quisiéramos
juntos y nadie sospecharía nada. Limpié mis lágrimas y esbocé mi mejor sonrisa
para él. Él solo quiere lo mejor para nosotros, me recitaba a mi mismo, esto
nos facilitará todo, esto era lo que queríamos,
¿no?. Le abracé acurrucando
mi cara en su cuello, olvidándome por unos segundos que cualquier persona nos
podría ver, cerré los ojos y escuché un suspiro de alivio en mi oído.
Qué curioso, ¿no creéis? Lo que de verdad nos va a separar es lo que provocó que
nos conociéramos: La pasión de Fernando por el curioso mundo en que vivimos. De
todas formas no debería ser tan dramático, seguro que volverá como siempre lo
hace. .
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