martes, 26 de febrero de 2019

El viaje que cambió mi vida


El viaje que cambió mi vida

Doscientos treinta y nueve hombres y cinco naos partieron de Sevilla en 1519 en busca de una ruta por el oeste hacia la Especiería. Tres años después, regresamos diecisiete hombres y una nao, después de haber dado la vuelta al mundo.
Lo que no se sabe es que en verdad partieron doscientos cuarenta y regresaron 18 hombres.

Mi vida era monótona, repetitiva, aburrida, sin rumbo, etc. Todos los días me los pasaba vagabundeando por las calles de Sevilla con mi guitarra tocando melancólicas músicas. Nada daba más gusto que pasarse las tardes soleadas junto a la torre del oro mirando a las aguas diáfanas del río en el que se reflejaba la luz. Por aquel entonces, se oían rumores de que saldrían naos dirigidas por un portugués y un español en una loca e improbable aventura de dar la primera vuelta al mundo. Mi curiosidad fue aumentando cada vez más sobre este misterioso viaje. Me fui informando poco a poco y llegue a la conclusión de que no conseguiría entrar en la lista de los marineros para este enigmático viaje. Pero mi vida no tenía sentido y no perdía nada en intentarlo. Pues así fue, empecé a trazar planes para conseguir entrar en el barco a escondidas. El 10 de agosto de 1519 mi vida iba a cambiar.

Era el día de la salida de las naos y yo me iba infiltrar en la expedición. No fue muy difícil hacerlo ya que la seguridad era mínima y toda la gente estaba muy atenta a los marineros. Cuando me adentre por la parte trasera de la nao, mi primera visión de la cocina fue un sitio pequeño y mugriento. Las personas caminaban apresuradamente con los utensilios y cestos de comida con vino, pan, cereales y legumbres entre muchos otros alimentos. Yo solo buscaba algún cobijo donde refugiarme, aunque entre la multitud parecía que nadie se percataba de mi presencia. El olor del azafrán, de la nuez moscada y de la canela me volvía loco… sabores que tanto quería probar...sabores a los que mi cuerpo no estaba acostumbrado. En Sevilla solía encontrarme con  Candela todas las noches en su modesta casa, donde solíamos comer una sopa con una pequeña cuchara de madera. Después charlábamos durante horas, nos contábamos nuestras lamentos y nos queríamos sin decirlo.
Me moví ágilmente hacia debajo de la gran tabla de madera de la cocina, apoyada sobre dos caballetes. Tenía un mantel de damasco por encima y sentía el retumbar de todas las cajas y cestas que colocaban sobre la madera violentamente. Había ratas que ya esperaban escondidas y deseosas a hincar el diente en alguno de los alimentos aunque algunos de los marineros intentaban tirarlas a la mar. El murmullo y sollozo de todas las familias era cada vez mayor, la hora de partida se acercaba cada vez más. Busqué con la mirada una última vez a Candela hasta que nuestras miradas se cruzaron y así la mire una última vez para siempre jamás a sus ojos luminosos tristes y agradecidos.
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Muy desgastados por las condiciones, nos estábamos muriendo de escorbuto e inanición, casi uno por día. Elcano sabía que íbamos a morir todos si no descansábamos,  en la tierra más cercana. Entonces Elcano decidió que íbamos a tomar tierra en Cabo Verde sabiendo qué se trataba de zona enemiga, aun así decidió jugársela, parando a reponer víveres y agua, siempre que no supieran que éramos de la expedición de Magallanes. Estuvimos descansando unos días y disfrutando de la vida en Cabo Verde. Todos estaban conformes aunque algo nostálgicos, pero cuando los caboverdianos quisieron negociar con nosotros el problema empezó. Nosotros no teníamos ningún problema en negociar incluso nos beneficiaría; Pero para poder negociar tendríamos que utilizar como moneda las especies. Aun así arriesgamos y negociamos con ellos, pero infelizmente fuimos cogidos. Ellos se dieron cuenta de que éramos de la expedición de Magallanes y nos hicieron una emboscada. Nosotros al darnos cuenta de esto huimos muy rápidamente. Aun así nuestra precipitada huída no consiguió salvar todos los hombres. Como consecuencia 18 hombres perdieron su vida y muchos otros fueron hechos prisioneros. Con el tiempo, como los caboverdianos son un pueblo muy pacifico les liberaron. Algunos volvieron a casa, otros se quedaron para formar nuevas familias ya que en los últimos años habían vivido en aquel país.

 Cuando ya estábamos a salvo y lejos de Cabo Verde, estábamos muy descontentos con nosotros mismos ya que nos dimos cuenta que no íbamos a conseguir llegar el día previsto a Sevilla. Mientras navegabamos tristes por haber perdido a compañeros y por no llegar a tiempo nos dimos cuenta de que los caboverdianos tenían un calendario diferente al nuestro. Es decir su calendario era sobre la luna, y para sorpresa de todos, teníamos más días de los que pensábamos. Esto nos animó un poco el viaje de regreso y las fuerzas para ello ya que éramos solamente 18 personas pilotando un barco. Llegamos unos días más tarde. Volvía la rutina. Seguí tocando mi guitarra.

Victoria Gutiérrez y María Hernández Alves
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