martes, 26 de febrero de 2019

La batalla de Mactán


LA BATALLA DE MACTÁN

Santiago Coca y Rodrigo Gregores
4º ESO C


Lapu-Lapu estaba dormitando cuando empezó a oír los pasos frenéticos de hombres excitados y un murmullo que más tarde se convirtió en un griterío. Cuando su consejero entró por la puerta, ya se había vestido la armadura de cuero, tenía ajustada la espada a la cintura y también ya se había cambiado sus zapatillas por sus zapatos de guerra...
Salieron de la cabaña a buscar los caballos y siguieron por el camino hasta la playa, con nubes de polvo arremolinándose a su alrededor. Cuando llegaron a esta, Lapu-Lapu desmontó del caballo y se dirigió al frente. A unos escasos 200 metros se veían las imponentes naos españolas, las cuales no conseguían atravesar la barrera de coral que rodeaba la playa.

Estaban ya todos los preparados para empezar lo que se suponía el inicio de una batalla entre los nativos y los indios. Los españoles bajaron en botes, aunque eso limitaba la cantidad de hombres que podían llevar. Tras algún tiempo intentando llegar a la playa, los españoles finalmente lo consiguieron. Tras ese suceso uno de los soldados españoles cometió la imprudencia de tirar una flecha incendiada a las casas cercanas que prendieron al instante.

-Al ataque -gritó Lapu-Lapu, orden que fue repetida a gritos por su consejero y por el resto de los soldados.
El grupo de españoles, aproximadamente unas cinco decenas, se vio envuelto en cuestión de instantes por todos los lados por indígenas enfurecidos. Tras algunos minutos de sangrienta masacre, el que iba encabezando el grupo pareció darse cuenta de la imposibilidad de una victoria en aquella batalla y ordenó la retirada, no sin antes destacar un grupo de hombres para aguantar los indígenas, entre los cuales estaba él mismo.

El español luchó desesperadamente clavando su lanza al que estuviese más cerca, con la expectación de herir alguno de los indígenas que lo rodeaban. De pronto se abrió un corredor entre los indígenas. Era Lapu-Lapu que se dirigía hacia el soldado español. Él mismo intentó sacar su sable de la vaina, pero descubrió aterrorizado que no conseguía mover el brazo. Clavó ciegamente su lanza en un indígena que estaba en su rango. Lapu-Lapu aprovechó esta oportunidad para clavarle su espada entre las grietas de su armadura. 

El español soltó un gruñido y languideció. Alcanzó a lanzar una última mirada por encima del hombro, una mezcla entre miedo y paz. Y entonces se desplomó, creando olas diminutas. En el agua un hilo de sangre ascendió.

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