Proyecto:
V
Centenario de la primera vuelta al Mundo
Trabajo hecho por: Lara Castro, Marta
Parra y Santiago Leite
En
la piel de un indígena
En marzo de 1521 hacía un día soleado en las islas Filipinas pero se
preveía niebla en el horizonte. Sadak se despertó a las cinco de la mañana con
el sol todavía en su cama. Frío hacía, pero no tanto como iba hacer esa misma
tarde. Salió de su cabaña, ya con todas las pieles encima. Tomó el arma y se
dirigió a la parte negra de la isla. Sus ojos, negros y fríos, avistaron la
criatura de dientes feroces y de pieles naranjas y oscuras. Con una sola
lanzada atravesó la pierna del animal. Este gritando de horror intentó
defenderse pero Sadak, ya con años de práctica, fijó otra lanza en su hombro
izquierdo.
En la tribu, todo el mundo se
despierta a las seis de la mañana. Ya se podía ver los hombres juntándose para
esperar a su líder y las mujeres atendiendo a los niños y regando las
hortalizas. Ese era un buen ejemplo de una tribu civilizada, sin
preocupaciones, sin problemas… Pero nadie sabía lo que iban a enfrentar esa
misma tarde. Los niños jugando en la playa con sus arcos se asustaron y
corrieron a sus casas.
A mediodía, en el horizonte se avistaron tres naos. De una salió un hombre.
Magallanes, le llamaban, un hombre alto y robusto, de aspecto severo de ojos
oscuros como la muerte. Su porte era altivo, su traje de aspecto noble. La
tribu, asustada, preparaban las humildes armas, la mayor parte de ellas eran
hechas de caña, todos con las miradas entrelazadas con la de Sadak, esperando
por su decisión.
Cuando llegaron, encontraron grandes dificultades para comunicarse. Sadak
lanzó el primer grito de guerra, porque todo aquello era nuevo para ellos. El
resto de indígenas acompañaron el grito de su jefe disparando hábilmente sus
flechas; sin embargo, Magallanes y sus hombres, a pesar de sus metálicas
vestimentas y sus mortíferas armas de fuego, tardaron demasiado tiempo en
reaccionar al ataque, tanto, que varios hombres cayeron muertos en ese mismo
instante. Así comenzó el primer encuentro entre europeos y la gente de esta
humilde tribu. La sangrienta pelea duró hasta el anochecer. La blanca arena se
volvió roja por culpa de la batalla. Los marineros atacaban de forma organizada
con sus pistolas y demás armas de fuego, pero los indígenas, impulsados por el
miedo, sus embestidas, a pesar de mal organizadas, también eran un enemigo a la
altura. De cualquier forma, las armas de fuego eran más fuertes que
las de simple caña. En medio de toda la batalla la destrucción era masiva, los
marineros prendieron fuego a los hogares de los indígenas y con ellas se fueron
algunas inocentes almas. Sadak, entre el caos del momento, avistó la figura de
un hombre que parecía ser el líder de los invasores. Entonces, desde un punto
lejano, sin reflexionar sobre ello, lanzó una flecha en su dirección que acabó
dándole en la pierna.
Magallanes, con gritos de dolor, se dirigió torpemente a su nao debido a la
pierna afectada. Infelizmente, el alquimista que estaba viajando con ellos
acababa de morir en la guerra, así que no tenía otra opción más que descansar y
esperar a que el Señor le acompañase. Muchos de los hombres habían muerto en
combate y las esperanzas de los marineros cada vez eran más escasas.
Ya en la tribu, todos se recuperaban y las madres lloraban por las pérdidas
de sus hijos, hermanos y maridos. Con las casas destruidas por el fuego
deslumbrante, los indígenas no tenía otra opción que sentirse tristes. Con las
lágrimas apagaban el fuego de tanto llorar y sus casas se reducían a puras e
insignificantes cenizas.
Horas después, Magallanes murió con la pierna infectada. En la nao se
vivieron momentos de tensión y de tristeza, ya que su gran líder había
fallecido. Ahora debían elegir un nuevo jefe para que el viaje pudiese llegar a
su fin.
Sadak, horas después, fue capturado con el resto de la tribu. Los llevaban
con cuerdas atadas a las manos. Supo, en ese momento, que no había una vuelta
atrás, y que nunca volvería a vivir pacíficamente como antes. Los llevaron
adentro de una nao. Los hombres semidesnudos se concentraban en la preocupante
mirada de su jefe, Sadak, este les contestaba con los ojos rojos de tristeza.
Él no sabía qué hacer, no conseguía salvar a su pueblo, se sintió deshonrado
ante su gente. Los mantuvieron encerrados en la bodega cuando de pronto una
sombra esbelta se acercaba hacia ellos.
·
“Mi nombre es Juan Sebastián Elcano y provengo de los Reinos de Castilla y
Aragón. En este instante os encontráis bajo el poder de los Reyes Católicos. A
partir de este momento, seréis mis esclavos; colaboraréis con los cargos que os
serán asignados o seréis ejecutados. Nuestra misión es dar la vuelta al mundo.”
Desde ese dia, nunca volvió a dormir bien. Todos los días, Sadak se
despertaba de madrugada. Seguía viendo las mismas personas que conocía desde el
día de su nacimiento, pero las expresiones en ellos eran completamente
desconocidas para él. Nunca había visto tales expresiones de tristeza. Él era
obligado a trabajar sin descanso. Día y noche. Le torturaban, le gritaban y
peor de todo, no era capaz de hablar con nadie. Cada vez que llegaban a nuevos
territorios eran obligados a luchar, buscar objetos preciosos, y a trabajar de
manera ardua casi sin haber comido nada.
Una
noche turbulenta, todos se despertaron con los truenos y el brusco oleaje.
Sadak oía los gritos de la tripulación. Decidió subir al la cubierta, y vio a
Elcano preocupado y sin saber qué hacer. Eran los violentos vientos del norte.
Parecía que él era el único capaz de izar las velas de una manera a que podían
volver a controlar la nao. Se dirigió al ala de la derecha; enarboló la vela y
ató la cuerda con notable fuerza y precisión. Hizo lo mismo con la de la
izquierda y pronto Elcano le felicitó.
Elcano, en los siguientes días, empezó a investigar y observar Sadak con
curiosidad. Observaba cómo éste realizaba sus trabajos y cómo se comportaba en
el día a día, apreciando que este era diferente a los demás. No hablaba y nunca
se quejaba de nada. Estaba aislado del mundo, como un pez perdido en el mar,
pero a pesar de la amarga soledad que él emitía, en su mirada se observaba una
gran perspicacia, característica de un gran líder. Un día lo llamó a su
camarote y este, cuando entró, empezó a observar, con curiosidad, pequeñas
cosas hechas por el hombre como libros, medallas de guerra.. pero lo que le
interesó más fue el mapa enorme que estaba encima de la mesa principal. Elcano,
le preguntó si sabía que el mundo era grande y que había muchos más sitios por
descubrir. Este negó. Elcano apuntó a las islas Filipinas diciéndole que allí
era donde ellos se encontraban. Sadak pasó el índice por la tela pintada en su
supuesto “pueblo de origen”.
A partir de ese momento, se siguieron muchos otros encuentros entre Sadak y
Elcano. En estos, el capitán le narraba sus asombrosas aventuras transcurridas
en los sitios más maravillosos de la Tierra. Sadak, todos los días, escuchaba
sus relatos con una mirada entusiasta y se preguntaba si algún día iría a los
países de los que le hablan. Elcano, con el pasar del tiempo, fue cogiendo
cariño a Sadak y lo invitaba a comer y a pasar las tardes juntos. De esta
manera se formó una extraña pero bonita relación de lealtad entre el capitán y
su esclavo.
***
Dos años después finalizan el trayecto que duró cuatro años y Elcano, al
mes siguiente de llegar a Sevilla, muere por culpa de una epidemia.
Sadak, con pocas esperanzas, se encuentra en la plaza mayor de Sevilla. Le
atribuyen un número. La plaza está llena de gente, y entre los curiosos se
encuentran posibles compradores de las preciosidades del viaje y de la venta de
esclavos. Un hombre grita por el número de Sadak y este se pone firme. La vida
todavía le iba a dar muchas sorpresas, había pasado de ser un líder a un
insignificante esclavo comprado por una sociedad donde el dinero se malgasta
sin razón mientras hay población que se muere de hambre.
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