lunes, 25 de febrero de 2019

En la piel de un indígena


Proyecto:
V Centenario de la primera vuelta al Mundo


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Trabajo hecho por: Lara Castro, Marta Parra y Santiago Leite



En la piel de un indígena

En marzo de 1521 hacía un día soleado en las islas Filipinas pero se preveía niebla en el horizonte. Sadak se despertó a las cinco de la mañana con el sol todavía en su cama. Frío hacía, pero no tanto como iba hacer esa misma tarde. Salió de su cabaña, ya con todas las pieles encima. Tomó el arma y se dirigió a la parte negra de la isla. Sus ojos, negros y fríos, avistaron la criatura de dientes feroces y de pieles naranjas y oscuras. Con una sola lanzada atravesó la pierna del animal. Este gritando de horror intentó defenderse pero Sadak, ya con años de práctica, fijó otra lanza en su hombro izquierdo.
 En la tribu, todo el mundo se despierta a las seis de la mañana. Ya se podía ver los hombres juntándose para esperar a su líder y las mujeres atendiendo a los niños y regando las hortalizas. Ese era un buen ejemplo de una tribu civilizada, sin preocupaciones, sin problemas… Pero nadie sabía lo que iban a enfrentar esa misma tarde. Los niños jugando en la playa con sus arcos se asustaron y corrieron a sus casas.
A mediodía, en el horizonte se avistaron tres naos. De una salió un hombre. Magallanes, le llamaban, un hombre alto y robusto, de aspecto severo de ojos oscuros como la muerte. Su porte era altivo, su traje de aspecto noble. La tribu, asustada, preparaban las humildes armas, la mayor parte de ellas eran hechas de caña, todos con las miradas entrelazadas con la de Sadak, esperando por su decisión.
Cuando llegaron, encontraron grandes dificultades para comunicarse. Sadak lanzó el primer grito de guerra, porque todo aquello era nuevo para ellos. El resto de indígenas acompañaron el grito de su jefe disparando hábilmente sus flechas; sin embargo,  Magallanes y sus hombres, a pesar de sus metálicas vestimentas y sus mortíferas armas de fuego, tardaron demasiado tiempo en reaccionar al ataque, tanto, que varios hombres cayeron muertos en ese mismo instante. Así comenzó el primer encuentro entre europeos y la gente de esta humilde tribu. La sangrienta pelea duró hasta el anochecer. La blanca arena se volvió roja por culpa de la batalla. Los marineros atacaban de forma organizada con sus pistolas y demás armas de fuego, pero los indígenas, impulsados por el miedo, sus embestidas, a pesar de mal organizadas, también eran un enemigo a la altura.   De cualquier forma, las armas de fuego eran más fuertes que las de simple caña. En medio de toda la batalla la destrucción era masiva, los marineros prendieron fuego a los hogares de los indígenas y con ellas se fueron algunas inocentes almas. Sadak, entre el caos del momento, avistó la figura de un hombre que parecía ser el líder de los invasores. Entonces, desde un punto lejano, sin reflexionar sobre ello, lanzó una flecha en su dirección que acabó dándole en la pierna.
Magallanes, con gritos de dolor, se dirigió torpemente a su nao debido a la pierna afectada. Infelizmente, el alquimista que estaba viajando con ellos acababa de morir en la guerra, así que no tenía otra opción más que descansar y esperar a que el Señor le acompañase. Muchos de los hombres habían muerto en combate y las esperanzas de los marineros cada vez eran más escasas.
Ya en la tribu, todos se recuperaban y las madres lloraban por las pérdidas de sus hijos, hermanos y maridos. Con las casas destruidas por el fuego deslumbrante, los indígenas no tenía otra opción que sentirse tristes. Con las lágrimas apagaban el fuego de tanto llorar y sus casas se reducían a puras e insignificantes cenizas.
Horas después, Magallanes murió con la pierna infectada. En la nao se vivieron momentos de tensión y de tristeza, ya que su gran líder había fallecido. Ahora debían elegir un nuevo jefe para que el viaje pudiese llegar a su fin.
Sadak, horas después, fue capturado con el resto de la tribu. Los llevaban con cuerdas atadas a las manos. Supo, en ese momento, que no había una vuelta atrás, y que nunca volvería a vivir pacíficamente como antes. Los llevaron adentro de una nao. Los hombres semidesnudos se concentraban en la preocupante mirada de su jefe, Sadak, este les contestaba con los ojos rojos de tristeza. Él no sabía qué hacer, no conseguía salvar a su pueblo, se sintió deshonrado ante su gente. Los mantuvieron encerrados en la bodega cuando de pronto una sombra esbelta se acercaba hacia ellos.
·         “Mi nombre es Juan Sebastián Elcano y provengo de los Reinos de Castilla y Aragón. En este instante os encontráis bajo el poder de los Reyes Católicos. A partir de este momento, seréis mis esclavos; colaboraréis con los cargos que os serán asignados o seréis ejecutados. Nuestra misión es dar la vuelta al mundo.”
Desde ese dia, nunca volvió a dormir bien. Todos los días, Sadak se despertaba de madrugada. Seguía viendo las mismas personas que conocía desde el día de su nacimiento, pero las expresiones en ellos eran completamente desconocidas para él. Nunca había visto tales expresiones de tristeza. Él era obligado a trabajar sin descanso. Día y noche. Le torturaban, le gritaban y peor de todo, no era capaz de hablar con nadie. Cada vez que llegaban a nuevos territorios eran obligados a luchar, buscar objetos preciosos, y a trabajar de manera ardua casi sin haber comido nada.
                   Una noche turbulenta, todos se despertaron con los truenos y el brusco oleaje. Sadak oía los gritos de la tripulación. Decidió subir al la cubierta, y vio a Elcano preocupado y sin saber qué hacer. Eran los violentos vientos del norte. Parecía que él era el único capaz de izar las velas de una manera a que podían volver a controlar la nao. Se dirigió al ala de la derecha; enarboló la vela y ató la cuerda con notable fuerza y precisión. Hizo lo mismo con la de la izquierda y pronto Elcano le felicitó.
Elcano, en los siguientes días, empezó a investigar y observar Sadak con curiosidad. Observaba cómo éste realizaba sus trabajos y cómo se comportaba en el día a día, apreciando que este era diferente a los demás. No hablaba y nunca se quejaba de nada. Estaba aislado del mundo, como un pez perdido en el mar, pero a pesar de la amarga soledad que él emitía, en su mirada se observaba una gran perspicacia, característica de un gran líder. Un día lo llamó a su camarote y este, cuando entró, empezó a observar, con curiosidad, pequeñas cosas hechas por el hombre como libros, medallas de guerra.. pero lo que le interesó más fue el mapa enorme que estaba encima de la mesa principal. Elcano, le preguntó si sabía que el mundo era grande y que había muchos más sitios por descubrir. Este negó. Elcano apuntó a las islas Filipinas diciéndole que allí era donde ellos se encontraban. Sadak pasó el índice por la tela pintada en su supuesto “pueblo de origen”.
A partir de ese momento, se siguieron muchos otros encuentros entre Sadak y Elcano. En estos, el capitán le narraba sus asombrosas aventuras transcurridas en los sitios más maravillosos de la Tierra. Sadak, todos los días, escuchaba sus relatos con una mirada entusiasta y se preguntaba si algún día iría a los países de los que le hablan. Elcano, con el pasar del tiempo, fue cogiendo cariño a Sadak y lo invitaba a comer y a pasar las tardes juntos. De esta manera se formó una extraña pero bonita relación de lealtad entre el capitán y su esclavo.
                                            ***
Dos años después finalizan el trayecto que duró cuatro años y Elcano, al mes siguiente de llegar a Sevilla, muere por culpa de una epidemia.
Sadak, con pocas esperanzas, se encuentra en la plaza mayor de Sevilla. Le atribuyen un número. La plaza está llena de gente, y entre los curiosos se encuentran posibles compradores de las preciosidades del viaje y de la venta de esclavos. Un hombre grita por el número de Sadak y este se pone firme. La vida todavía le iba a dar muchas sorpresas, había pasado de ser un líder a un insignificante esclavo comprado por una sociedad donde el dinero se malgasta sin razón mientras hay población que se muere de hambre.  





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