lunes, 25 de febrero de 2019

Batalla de Mactán, muerte de Magallanes

 

El 27 de abril de 1521, era un dia como otro cualquiera en nuestra maravillosa isla llamada Mactan, con nuestro clima tropical nuestros bosques repletos de alimentos y muchísimos animales, nos visitaron unos hombres con unas grandes naves que parecían ballenas gigantes flotantes, que iban vestidos muy ridículamente como si hubiesen salido de otro planeta. La primera impresión que nos dió a mi y al pueblo fue muy buena, eran como dioses, seres muy inteligentes, o eso dijo el jefe de nuestro pueblo.

  Su jefe,
que se hacía llamar Magallanes, quiso proponer cambiar de dios para ser algo asi como cristianos, y claro, nuestro jefe y yo como ayudante nos negamos tres veces consecutivas, sabiendo las consecuencias que nos dijo ese tal Magallanes; pero todo parecía tranquilo y esos hombres se marcharon por el horizonte desapareciendo muy lentamente sin haber dicho nada a nadie, como si Magallanes se hubiese quedado mudo tras nuestras palabras. Todos volvimos a la normalidad pero algo preocupados incluso algunos con miedo, nadie sabía qué podría llegar a pasar, yo me fui a un lugar secreto y especial para mí, la parte más alta de la isla donde podía apreciar las maravillosas vistas de la isla y el horizonte escondiendo el sol poco a poco; sin embargo ese día vi a tres grandes naves flotantes a lo lejos, sabía que volvían esos hombres de nuevo pero no iba a ser para negociar , por lo que fui muy rápidamente a alertar al pueblo para llevarlos hacia el interior de la isla, donde les podíamos hacer frente con nuestras lanzas de piedra muy afilada. No tardaron ni cinco minutos en llegar y empezó una guerra con muchos gritos de mujeres y niños , los hombres de nuestro pueblo y yo con miedo y mucha valentía nos enfrentamos a esos hombres cargados de armas fantásticas. Estábamos  perdiendo a muchos compañeros, éramos minoría y todo parecía perdido hasta que por pura rabia lancé mi lanza con mis últimas fuerzas hacia su jefe, Magallanes, a diez metros y conseguí acertarle en la pierna y gracias a ello con miedo de morir junto a todos mis compañeros fallecidos,ordenó la retirar a su ejército a pesar de que estaban ganando la batalla.

  ¡No me lo creía ni yo!, había conseguido echar a ese ejército con tan solo una lanzada.
El pueblo me lo agradeció durante toda su vida, me tomaron como un héroe del pueblo,
y tras la muerte de nuestro jefe, me proclamaron jefe a mi, pero lo que nadie podrá olvidar
serán las pérdidas que se produjeron ese día tan horrible. Al final todos seguimos nuestras
vidas, unos mejor que otros, pero todos alegres por haber ganado esa batalla y poder seguir
siendo un pueblo libre.

Gonzalo Lavaredas Menguiano 4ºA

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