¿Quién me habría dicho que el 26 de
septiembre de 1519 iba a ser un día tan cargado de acción?
Todo había comenzado como cualquier otro
día. Me desperté y me dirigí a cubierta para recibir nuevas órdenes de capitán.
Más tarde, escuché a mis compañeros hablando de una revolución o algo parecido,
y les pregunté si estaban planeando rebelarse contra nuestro propio capitán,
Juan Sebastián Elcano. Ellos me miraron sorprendidos y me preguntaron si no
había oído nada acerca de los rumores sobre el barco vecino, cuyo capitán era
Fernando de Magallanes.
Estuve un rato hablando con mis compañeros
y me dijeron que la tripulación de Magallanes planeaba rebelarse contra él. Al
principio, no me lo creí. ¿Por qué iría una tripulación a rebelarse contra su
capitán en el viaje más importante de la humanidad hasta la fecha? Cuando
preparamos lo necesario para continuar con el viaje, partimos del puerto de San
Julián, en América del Sur. Era un día en el que hacía mucho calor y el aire
era bastante húmedo.
Continuamos con el viaje como si nadie
supiera nada de lo que se tramaba en el barco de Magallanes hasta que, a las
tres de la tarde algo ocurrió. Empezó siendo un murmullo, pero después se
oyeron unos gritos muy fuertes. Más tarde se oyeron golpes de espadas y
después, nada, silencio absoluto.
Toda la tripulación fue a cubierta, llena
de curiosidad por saber qué había pasado unos instantes antes. Entonces todo se
volvió claro, y vimos a Magallanes en su barco, sujetando algo. Observé lo que
sostenía y me quedé paralizado. Era una cabeza. Al parecer los rumores sobre la
rebelión eran ciertos y Magallanes se adelantó, decapitando a uno de los
líderes rebeldes.
Más tarde cerca de las seis y cuarto, pude
observar cómo estaba desembarcando el capitán de la nao San Antonio. Magallanes
había ordenado su expulsión por ser uno de los rebeldes que propusieron
eliminarlo de la primera vuelta al mundo, obligándolo a quedarse en la
Patagonia, tierra de gigantes, según las leyendas.
Cuando todo se calmó, por fin pudimos
continuar con el viaje tranquilos.
4ºA Héctor Aira
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