martes, 26 de febrero de 2019

Alianza en Filipinas

La tripulación ya estaba agotada. No teníamos apenas alimentos con los que sustentarnos.
Los marineros no tenían esperanza, se limitaban a
           escribir cartas para sus amadas que habían dejado ya hacía tiempo, sin olvidarlas               en ningún momento. La única fuerza que les restaba era volverlas a ver.


Si me preguntáis, yo veía a Juan un poco desesperado. Quizás fuese el único en notarlo
ya que yo era un íntimo amigo suyo. Pero claro, un capitán nunca debe mostrar su lado
débil, y mucho menos decirlo.
La tripulación tenía hambre y enfermedades a las que no podían resistir. Algunos se
tiraban por la borda para morir en el mar, lugar que adoraban pero que llegaron a odiar.
El capitán Elcano no soportaba ver a sus navegantes morir a bordo, así que decidió parar
en Cebú, Filipinas.


Tras llegar a la isla, comenzamos a bajar toda la artillería a modo de saludo. Ante esto, los
isleños reaccionaron con miedo como es obvio pero nuestra intención era buena y pronto
les convencimos de que era una señal de amistad.
El rey local, sin embargo, no nos tenía mucho aprecio. Juan Sebastián Elcano hacía de todo.
Yo diría que hasta hizo de más ofreciendo alimentos que nos eran precisos.Tras vario días
el rey por fin nos aceptó.
Un día vimos otra tripulación que había embarcado. Cuando Juan y yo nos acercamos los
navegantes del barco se asustaron. Juan dijo que él no quería guerra sino que quería hablar
con ellos. Un hombre decidió acercarse delante de su tripulación. Era un hombre grande,
con mucha barba. Resultó que era Magallanes y su tripulación, que había embarcado solo
para descansar. Viajaban con el fin de dar la primera vuelta al mundo. Tenían muchos
alimentos y se notaba que sus navegantes estaban sanos y preparados para ser los
primeros hombres en revolucionar el mundo.
Elcano aprovechó su debilidad y trabó amistad con Magallanes y su tripulación. 2
hombres que tenían la misma idea que la estaban llevando a cabo seguro que se
llevarían muy bien.
Magallanes, que era un hombre seguro de sí mismo, estaba confiante de que Elcano no
iba a rechazar su propuesta. Magallanes quería continuar su vuelta al mundo junto a los
españoles. Elcano respondió sin demora a el portugués, sabiendo que si fuésemos por
nuestra cuenta no resistiríamos mucho más tiempo.
Nos subimos a los barcos, nos despedimos de la población y de su rey, y nos fuimos.
Los días siguientes del viaje, Elcano dirigía su tripulación como la primera vez que
había pisado la nave. Nuevo de nuevo, dispuesto a conquistar nuevos mundos. De
hecho, nos dejaba comer el doble. Pero lo más importante, tenía esperanza, aunque
fuese lo normal, supongo. Después de pasar tanto tiempo en un barco y que nos pasasen
tantas cosas, saber que teníamos fuerzas y nuevos hombres, era como una ráfaga de
aire fresco. Era como el primer trago de vino en una comida. Dormíamos mucho mejor,
pero principalmente Elcano tenía nuevamente ganas de vivir. Estaba dispuesto a
comerse el mundo y nosotros, su tripulación, también. Un capitán al fin y al cabo no
era nada sin sus fieles marineros.  

Los tripulantes habíamos pasado por demasiado. Ver como nuestros compañeros
se daban por vencidos nos hacía pensar que íbamos a acabar como ellos. Así que
intentábamos no pensar en lo vivido. Era una nueva etapa. Estábamos listos para
llegar a Sanlúcar como héroes y no como personas que podrían haber sido pero no
fueron. Estábamos listos para ser recordados por todo el mundo por muchos años.
Estábamos listos para nunca ser olvidados.

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