Mi hermano David fue uno de esos doscientos treinta hombres que partieron
desde Sevilla, el año 1519 sin saber si algun dia los volveríamos a ver.
Esa misma mañana mi madre,
Mª Antonia Fernández le preparó el desayuno como siempre solía hacer. Primero le servía el café caliente con dos cucharadas de azúcar, y luego las dos tostadas con mermelada de tomate, tal cual le gustaba a mi hermano pequeño.
Mª Antonia Fernández le preparó el desayuno como siempre solía hacer. Primero le servía el café caliente con dos cucharadas de azúcar, y luego las dos tostadas con mermelada de tomate, tal cual le gustaba a mi hermano pequeño.
Me acuerdo mucho de su cara justo antes de entrar en el barco. Pálido como
siempre, pero ese día estaba más que lo normal... estaba nervioso y se notaba.
Llevaba en su mano izquierda una bolsa con ropa y lo esencial para su aseo,
y en la derecha una bolsa grande con comida conservada en sal, por si pasara
algo malo.
Allí estábamos en el puerto, mi padre, mi madre y yo, su hermano mayor.
Terminados los ocasionales lloriqueos y sollozos, el barco marchó con sus
doscientos marineros, que al mismo tiempo en que despedían y reían, sabían que
tenían su futuro incierto.
Pasaron meses y meses sin saber noticias, hasta que un día caminando hacía
la plaza principal de Sevilla, mi madre y yo escuchamos graves voces que
soltaban miles de palabras anunciando una guerra que estaba interrumpiendo la
vuelta al mundo. Sucedía en la Isla de Mactán y por lo que sabíamos el Capitán
Fernando de Magallanes estaba herido e incluso en peligro de vida. En ese
momento nos asustamos porque sabíamos que David iba en el barco “Victoria”
justo donde iba también Fernando de Magallanes. Después de esta aterradora
noticia mi familia y yo pasamos unos tiempos duros y melancólicos. No sabíamos
cómo reaccionar, mi hermano estaba en el otro lado del mundo, y no sabíamos si
estaba bien herido o peor ,muerto.
Era el año 1521, y se acababan de cumplir 2 años desde que se marcharon los
doscientos valientes marineros que querían hacer historia. Fue un año de mucha
inestabilidad, y según mis propias previsiones nada iba a cambiar. Se decía de
todo por la calle, pero lo más común y seguro era que volverían el año
siguiente, osea, el 1522. El capitán Fernando Magallanes se había muerto, y su
cuerpo blanco y sin vida se había quedado en la Isla de Mactán, junto con
sesenta más marineros. Nos era dicho que el nuevo encargado de dirigir el viaje
era el capitán español Sebastián Elcano.
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Ese año fue terrible, ya que las noticias que se transmitían en la plaza
principal empeoraban de día a noche. En enero supimos que por lo menos veinte
marineros estaban con enfermedades relacionadas con las bajas temperaturas. En
marzo nos contaron que setenta marineros sufrían carencias alimenticias, que
eran más fuertes por a la falta de establecimientos y la falta de higiene de
las naos.
Cada mes nos contaban cosas peores, así que las ideas de que mi hermanito
estuviera vivo, eran sólo falsas esperanzas. Hasta que en octubre vino la peor
noticia de todas. Nos dijeron que la embarcación iba a volver mucho antes de lo
esperado, debido a que solamente quedaban 17 marineros vivos. Tras saber esto
mi família y yo nos encerramos en casa hasta el dia 21 de diciembre, que era el
día en que volverían los marineros enflaquecidos que restaban
Había llegado el día, el reloj mostraba las seis y media de la mañana, y mi
familia y yo nos levantamos y sin desayunar marchamos corriendo al puerto de
Sevilla a esperar la última embarcación.
Pasaron algunas horas, y la desesperación se mezclaba con la impaciencia y
se notaba en las personas de alrededor también. Hasta que, justo al fondo vimos
un único barco. Un único barco de los cinco que habían partido. Fue una visión
muy, muy triste.
Salieron ,uno a uno, los valientes marineros de los barcos, que hacía
justamente 3 años embarcaban con valentía y mucha determinación. Una mezcla de
ansiedad y nerviosismo inundaban el ambiente, mientras que la poca gente que
tenía familiares vivos festejaba.Los otros que no habían tenido tanta suerte,
lloraban. Infelizmente nosotros fuimos de esos desafortunados y hoy os escribo
el día antes de suicidarme.
Quería agradecer a mi familia por todo lo que he vivido, pero no puedo más.
Papá, mamá… os quiero, pero me toca ir a visitar a mi hermano David. Os
esperamos.
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