sábado, 7 de mayo de 2016

RECUERDOS OLVIDADOS

Rocé con la yema de los dedos la superficie del lienzo. Con mi mirada, reseguí las líneas que definían el contorno de las figuras, admirando cómo unos simples trazos podían reflejar la belleza de la realidad. Mi memoria, con la ayuda de los colores cálidos que daban vida a la imagen, recuperó aquellos recuerdos felices perdidos que solo aparecían cuando observaba aquel cuadro. Mis ojos se anegaron de lágrimas añorando el lugar de mis recuerdos y, con dolor en la mirada, aparté la vista.

Hacía muchos años que había huido de mi país de origen huyendo del miedo, el hambre y la miseria – era solo una niña – y a mi memoria le costaba recordar la felicidad y belleza que presencié durante mis primeros años y que me fue arrebatada. Aquel cuadro era el único capaz de devolverme aquello que yo echaba de menos: mi hogar.

El día que el horror invadió la ciudad, el sol resplandeciente iluminaba la ciudad como si fuera un diamante refulgente lleno de vida y belleza que no podría nunca ser arrebatada. Pero unos aviones ruidosos cruzaron el azul cielo y, lanzando bombas, rompieron el fino cristal que protegía nuestra felicidad del exterior. El pánico se extendió a gran velocidad por la ciudad; la gente gritaba, lloraba y se ponía a cubierto, esperando encontrar un lugar a salvo, pero nadie sabía que para aquello no había protección, al menos no en nuestra tierra. Así que mi familia decidió coger todo lo que teníamos y huir.

El camino fue difícil;  cada vez que hallábamos una nueva frontera que podía significar nuestra salvación, la entrada se nos era prohibida y nos mandaban de vuelta al último lugar donde habíamos sido aceptados: los campos de refugiados. Allí nos quedábamos un tiempo hasta que volvíamos a iniciar nuestra marcha en busca de un lugar donde retomar nuestra vida. Todos éramos conscientes de que no podíamos volver.

Tardamos meses y años en darnos cuenta que nadie nos quería en su tierra. El horror de la guerra se extendía más rápido que las masas de aquellos que buscábamos refugio, y todos los que vivían en otros países estaban asustados. El medio no les dejaba abrir las puertas. Al menos eso era lo que yo creía.

Pronto comprendí que, debido a razones políticas, económicas o religiosas no éramos bienvenidos en ningún lugar. Les robábamos las casas, los trabajos, el dinero, la cultura... Todos parecían encontrar excusas para dejarnos fuera y mandarnos de vuelta, a pesar de que existía una legislación a nuestro favor; una legislación que era ignorada completamente.

A pesar del hambre, la sed y el miedo, muchos de nosotros guardábamos la esperanza de conseguir un nuevo hogar, pero poco a poco la desesperación fue arrebatando nuestros corazones, hasta que ya nadie quiso seguir luchando.

Después de años de huida, conseguimos un barco que nos llevó a un nuevo país que estaba acogiendo emigrantes. Ilusionada, creí que por fin alguien nos aceptaba, pero descubrí, no con mucha sorpresa, que todo era una farsa política en la cual nosotros éramos el medio por el cual se conseguían más votos en su democracia. Había mucha gente en ese país partidaria de ayudarnos pero, como nosotros, se veían incapaces de hacer nada, ya que no tenían el poder suficiente para arreglar la situación. Muchos políticos se aprovecharon de ello y nos convirtieron en sus marionetas de usar y tirar. La mayoría de nosotros fuimos conscientes de la farsa, pero nadie dijo nada; por primera vez en mucho tiempo nos habían ofrecido un hogar, y nadie iba a renunciar a aquello.

Al llegar al país ilusionados y esperanzados, nos encontramos con que una gran masa de la población no estaba de acuerdo con acogernos, de manera que nos hicieron sentir como invasores y destructores de su tierra. Poco a poco, la discriminación y el racismo fueron manchando la rutina de nuestras vidas, hasta conseguir sentirnos culpables de vivir allí. El lugar que habíamos empezado a llamar hogar se volvió en nuestra contra, y acabó, de manera consciente, echándonos de su tierra.

Con el paso del tiempo nuestros viajes se redujeron, pero sin llegar a encontrar un verdadero hogar. Sentíamos que nuestras vidas ya no eran nuestras, que gente tiraba de los hilos de nuestras vidas, como los títeres de una función, y nos llevaban allí donde les era más conveniente, y no donde verdaderamente queríamos estar.

Mis últimos años de vida los pasé en una pequeña ciudad de la costa, donde todo era paz y tranquilidad, pero nunca llegué a sentirme como en casa. Por aquella razón, decidí hacer un último viaje a mi tierra, a pesar de que aún estaba en guerra, solo para poder sentir como era encontrarse de vuelta en mi hogar. Pero cuando llegué allí todo estaba destruido; la guerra lo había arrebatado absolutamente todo. Nada era como antes, y ya no podía volver al pasado.


Fue entonces cuando decidí pintar mis recuerdos sobre un lienzo, intentando recordar la felicidad que tanto echaba de menos. Con trazos de pincel logré representar aquellas imágenes difusas que se agolpaban en mi cabeza y, al finalizar mi obra, conseguí recuperar, por fin, todos aquellos recuerdos olvidados.

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